La reciente negativa popular suiza a la limitación de los salarios de los
directivos, a un máximo de 12 veces el mínimo, no ha dejado de sorprender a
muchos y ha dejado la duda de si la negativa era en relación con la idea de
poner algún tipo de límite o al tope concreto que se proponía.
De hecho, el tope propuesto no era casual: reflejaba la realidad de 1980,
cuando en Suiza la proporción que existía entre el salario máximo y el mínimo
andaba cercano a 13 a 1. Por el contrario, y por eso el referéndum, hoy esa
proporción se acerca a 100 a 1; como ocurre igualmente en nuestro país si
dejamos aparte un directivo bancario en concreto que cobra lo que 329 maestros.
La desproporción es tan reciente y tan brutal, y tan cronológicamente pareja
con la crisis y su estela de paro y pobreza, que la negativa a corregirla y
limitarla sorprende enormemente. Tanto más cuanto que el aumento de dichos
salarios de la alta dirección ha sido superior al de los beneficios de las
empresas y por tanto se ha hecho en buena parte a costa del resto de
asalariados.
¿La negativa a limitarlos responde al carácter calvinista suizo?
Los argumentos de quienes defendían la no limitación, encabezados por la
patronal, hacían servir el espantajo de la deslocalización. Así Nestlé, por
ejemplo, declaraba que debería cambiar la sede de la empresa para no verse
impedida de fichar a los “mejores” directivos. En realidad, eso es lo que
declaraba su primer directivo, quien habría que ver si, para mantener sus
emolumentos, hubiera convencido a los accionistas de mover la sede.
Porque esa es la cosa: esos desproporcionados salarios, muchas veces por
encima de los que puede llegar a ganar un emprendedor, no los pone “el mercado”
ni los accionistas de las empresas sino los propios directivos, aprovechando la
fragmentación accionarial y la presencia en los consejos de administración de
similares directivos de fondos de inversión. Y entre bomberos, ya se sabe, no
se pisan la manguera.
En la revolución francesa, la mayoría de burgueses contemplaba desde la
retaguardia el avance de los “sans
culotte”, esperando a recoger después los frutos de la aristocracia
depuesta. En el caso de los directivos de hoy no está claro si actúan de “sans culotte” del gran capital o si lo
están derribando en su beneficio exclusivo. O si con su desmesurada codicia y
la fractura del precario equilibrio precedente no estarán creando las
condiciones materiales de una nueva revuelta.
Ellos arguyen e incluso creen merecer todo cuanto ganan y se comparan con
los crack del futbol, que no les van a la zaga en salario. Y la comparación no
está vacía de contenido. Creo que también por aquí, si alguien propusiera
limitar el salario de los futbolistas, y eso pudiera poner en peligro que los
ronaldos y los messis juagaran en nuestra liga, los amantes del fútbol se
opondrían firmemente.
Y el mérito de esos crack es al cabo similar al de los directivos: vencer a
la competencia, ganar mercados, conseguir más y más seguidores. Que ello
suponga la ruina de los otros clubes o empresas ¿a quién importa?
Si vencer a los competidores es el valor supremo y el individuo que más
contribuye a ello es el más valioso; es decir, si la competencia y el individualismo
son los valores que nos rigen, seguiremos viendo crecer esos indecentes
salarios de futbolistas y directivos. Solo cabe pedir que los primeros metan
goles y que los segundos, cuando menos, hagan crecer los beneficios y que eso
no sea a costa del resto de asalariados ni del erario público.
Que sea así les conviene incluso a ellos. Porque si no hay mérito sino
apropiación, abren de par en par las puertas a que otros se apropien de lo que
creen que es suyo; y si se trata de méritos, solo un Crusoe naufragado puede
reclamar que es suyo cuanto ha alcanzado. El resto de seres sociales nada
obtienen que no deban a la sociedad que habitan.
Si no lo creen, que ese banquero brillante hubiera nacido en una favela de
Rio o en una choza del Congo y ya veríamos si brillaba tanto.
Es cierto que hay quien trabaja más que otros y quien saca más partido a lo
que hace, y que por tanto es justo que reciba más. La pregunta es ¿cuánto más? Y
si no trabaja más, sino que “hace” a otros trabajar más ¿dónde está el mérito? Y
si lo que gana depende de lo que haga perder a otros ¿no merecería antes un
castigo?
Hay quien gana haciendo ganar a los otros, y ese merece premio. Hay quien
lo hace a costa de los otros, y ese merece castigo.
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