El diario Avui pregonaba hace pocos días, con letras gigantes a toda página,
que el euro había sido una historia absoluta de éxito para nuestras
exportaciones; algo verdaderamente sorprendente cuando en el propio texto de la
noticia se hacía mención a que la tasa de cobertura, esto es el porcentaje que
representan las exportaciones sobre las importaciones, no había sino bajado en
vida del euro.
Las exportaciones han aumentado, cierto, pero lo han hecho mucho más las
importaciones; sobre todo, cuanto más crecíamos: el 2007, la tasa de cobertura
rondaba un vergonzoso 60%, contra un 70% previo al euro —porcentaje sólo
recuperado ahora, “gracias” a la crisis y la consecuente caída de importaciones. Esto en Cataluña, el baluarte exportador del Reino!
No diré que el euro sea el responsable de nuestros males: paro y déficit
comercial han sido por aquí unas constantes que en épocas pretéritas
resolvíamos, como quizás ya hemos empezado a hacer ahora, enviando gente a
trabajar fuera y esperando que nos enviaran puntuales sus remesas de dinero. No
es, pues, algo nuevo para nosotros ni el paro ni el déficit comercial; pero los
datos muestran que el euro no ha hecho sino agravarlo.
El tipo de cambio de las monedas, y la política económica que la existencia de éstas permite, actúa de filtro compensatorio: la economía con más crecimiento de su productividad verá subir el valor de su moneda, y aquellas donde lo único que suban sean los precios —inflación— lo verán bajar. Ved la evolución monetaria previa al euro: de 20 pesetas marco, el 1974, además de 80 unos veinte años más tarde.
El tipo de cambio de las monedas, y la política económica que la existencia de éstas permite, actúa de filtro compensatorio: la economía con más crecimiento de su productividad verá subir el valor de su moneda, y aquellas donde lo único que suban sean los precios —inflación— lo verán bajar. Ved la evolución monetaria previa al euro: de 20 pesetas marco, el 1974, además de 80 unos veinte años más tarde.
Mantener un tipo de cambio artificialmente fijo —que es lo que supone el
euro, por cuanto nada más que la moneda es única en Europa— convierte, lo que serían
ajustes de tipos de cambio monetario, en ajustes cuantitativos de la economía
real. Sin el euro, el marco estaría hoy por las nubes en relación a la peseta,
dado que, a lo largo de estos años, aquí hemos acumulado un fuerte diferencial
de inflación respecto a Alemania y, además, su productividad ha crecido mucho
más que no la nuestra.
En no ajustarse la moneda, lo ha hecho la economía real: record de cuarenta
y un millones de trabajadores en Alemania y de cerca de cinco millones de
parados en España!
No busquemos buenos y malos, un ejercicio fácil que he probado de hacer más complejo en las entradas anteriores: ni Alemania es buena y nosotros malos, ni tampoco al contrario: la economía tiene sus leyes, que pueden ser tan inexorables como las de la naturaleza.
No busquemos buenos y malos, un ejercicio fácil que he probado de hacer más complejo en las entradas anteriores: ni Alemania es buena y nosotros malos, ni tampoco al contrario: la economía tiene sus leyes, que pueden ser tan inexorables como las de la naturaleza.
Era sabido que el euro nacía con un pecado original, por eso se
establecieron unas compensaciones que no han servido de mucho puesto que la
integración europea pedía una desintegración de los Estados y no, cómo ha
pasado, un reforzamiento de éstos hasta los límites absurdos que dibuja la red
radial de nuestro AVE.
En una lucha de Estados sometidos a disciplina cambiaria, la locomotora
alemana se ha convertido en un agujero negro: chupa capitales y talento, y ni
siquiera le hace falta montar fábricas en las “colonias”: gracias a la libertad
de movimiento de mercancías, puede hacerlas en casa e inundar los mercados.
No abogo por salir del euro, abogo porque lo abandone Alemania; así mantendríamos
nuestra deuda en euros, lo que supondría una quita en términos del nuevo marco
revalorizado —un pequeño retorno de los beneficios que les ha reportado—, y
todo el Sur recuperaría la competitividad perdida.
Nadie me hará caso, a pesar de ser evidente que la Padania, con una lira
fuerte, habría sido la única solución para el Sur de Italia, que con una lira
devaluada habría visto crecer las fábricas en su propio suelo y no le habría hecho
falta hacer emigrar sus hijos allí donde nunca fueron bien recibidos.
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