lunes, 9 de enero de 2012

De locomotora a agujero negro


El diario Avui pregonaba hace pocos días, con letras gigantes a toda página, que el euro había sido una historia absoluta de éxito para nuestras exportaciones; algo verdaderamente sorprendente cuando en el propio texto de la noticia se hacía mención a que la tasa de cobertura, esto es el porcentaje que representan las exportaciones sobre las importaciones, no había sino bajado en vida del euro.

Las exportaciones han aumentado, cierto, pero lo han hecho mucho más las importaciones; sobre todo, cuanto más crecíamos: el 2007, la tasa de cobertura rondaba un vergonzoso 60%, contra un 70% previo al euro —porcentaje sólo recuperado ahora, “gracias” a la crisis y la consecuente caída de importaciones. Esto en Cataluña, el baluarte exportador del Reino!
No diré que el euro sea el responsable de nuestros males: paro y déficit comercial han sido por aquí unas constantes que en épocas pretéritas resolvíamos, como quizás ya hemos empezado a hacer ahora, enviando gente a trabajar fuera y esperando que nos enviaran puntuales sus remesas de dinero. No es, pues, algo nuevo para nosotros ni el paro ni el déficit comercial; pero los datos muestran que el euro no ha hecho sino agravarlo.

El tipo de cambio de las monedas, y la política económica que la existencia de éstas permite, actúa de filtro compensatorio: la economía con más crecimiento de su productividad verá subir el valor de su moneda, y aquellas donde lo único que suban sean los precios —inflación— lo verán bajar. Ved la evolución monetaria previa al euro: de 20 pesetas marco, el 1974, además de 80 unos veinte años más tarde.
Mantener un tipo de cambio artificialmente fijo —que es lo que supone el euro, por cuanto nada más que la moneda es única en Europa— convierte, lo que serían ajustes de tipos de cambio monetario, en ajustes cuantitativos de la economía real. Sin el euro, el marco estaría hoy por las nubes en relación a la peseta, dado que, a lo largo de estos años, aquí hemos acumulado un fuerte diferencial de inflación respecto a Alemania y, además, su productividad ha crecido mucho más que no la nuestra.
En no ajustarse la moneda, lo ha hecho la economía real: record de cuarenta y un millones de trabajadores en Alemania y de cerca de cinco millones de parados en España!

No busquemos buenos y malos, un ejercicio fácil que he probado de hacer más complejo en las entradas anteriores: ni Alemania es buena y nosotros malos, ni tampoco al contrario: la economía tiene sus leyes, que pueden ser tan inexorables como las de la naturaleza.
Era sabido que el euro nacía con un pecado original, por eso se establecieron unas compensaciones que no han servido de mucho puesto que la integración europea pedía una desintegración de los Estados y no, cómo ha pasado, un reforzamiento de éstos hasta los límites absurdos que dibuja la red radial de nuestro AVE.
En una lucha de Estados sometidos a disciplina cambiaria, la locomotora alemana se ha convertido en un agujero negro: chupa capitales y talento, y ni siquiera le hace falta montar fábricas en las “colonias”: gracias a la libertad de movimiento de mercancías, puede hacerlas en casa e inundar los mercados.
No abogo por salir del euro, abogo porque lo abandone Alemania; así mantendríamos nuestra deuda en euros, lo que supondría una quita en términos del nuevo marco revalorizado —un pequeño retorno de los beneficios que les ha reportado—, y todo el Sur recuperaría la competitividad perdida.
Nadie me hará caso, a pesar de ser evidente que la Padania, con una lira fuerte, habría sido la única solución para el Sur de Italia, que con una lira devaluada habría visto crecer las fábricas en su propio suelo y no le habría hecho falta hacer emigrar sus hijos allí donde nunca fueron bien recibidos.

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