En un artículo reciente en el diario ARA, Miquel
Puig, economista, venía a decir que la única solución de la crisis está en manos
de los empresarios, los actuales y los muchos más que tendrían que aparecer; y
que esperar nada del gobierno es en balde. Poco más o menos dice ahora como
decía cuando era director de industria y afirmaba que la mejor política
industrial era la que no existía.
No son, ni la de entonces ni la de ahora,
opiniones aisladas; forman parte de un pensamiento neoliberal según el cual el
Estado no hace sino estorbar a la economía, y, por lo tanto, mejor cuanto más
pequeño. Como contrapartida emerge la figura del empresario, del individuo
creador de puestos de trabajo.
Probablemente, este pensamiento tiene que ver y va
de la mano de un cierto credo religioso que afirma que el cielo es siempre una victoria
individual, que ningún colectivo no está llamado a entrar. Un pensamiento
religioso que suelen practicar permitiendo un cierto Estado asistencial,
similarmente a cómo ellos dan limosnas al salir de misa. Pero en ningún caso creen
en un Estado gestor de un ecosistema que no da limosnas a los pobres, sino que
se compromete a dar trabajo a todo el mundo y a procurar que no haya pobres.
No quitaré yo mérito al empresario, un personaje
que tiene un sueño y la voluntad de llevarlo a cabo; cómo no se lo saco al
bombero, al médico, al profesor, al científico y al artista; pero en todo caso
es evidente que ningún empresario alcanza éxito si no hace colectivo su sueño:
con los clientes, los trabajadores, los proveedores y, también, con los socios
que en un momento u otro tendrán que invertir en su negocio.
No será como individuo, pues, que logrará el cielo
económico el empresario, sino como individuo que se colectiviza; algo que a
veces cuesta que pase por estas tierras, donde demasiado empresario acaba
poniendo como límite de su empresa sus propios límites, los que dibuja su
capacidad para controlarlo todo.
Por el contrario, la globalización supone unos
requerimientos casi incompatibles con la pequeña empresa; es decir: pide una
mayor colectivización del sueño. Por eso me parece que nos hace falta, más que
muchos nuevos empresarios, hacer crecer mucho las empresas que hay; y más que
difundir en exceso el mensaje de la emprendeduría, gente capaz de hacer piña
alrededor de un proyecto.
La casa, el huerto y el pequeño empresario me temo
que son cosas de otra época; no diré que peor, no negaré que quizás la añoro yo
también, pero no son cosas de esta en que nos toca, hoy, vivir.
Por otro lado, si la empresa de éxito es la más colectiva, nada impide,
sino al contrario, que la más colectiva de todas, esto es el Estado o nación
tenga que ser quien más empuje, siendo cómo es quien más recursos tiene para
salir del callejón sin salida donde nos encontramos. No tenemos que esperar en
balde del Gobierno, de ningún gobierno, bien al contrario tenemos que exigir
que hagan su trabajo; y éste incluye hacer posible una economía dinámica y
saneada, capaz de generar trabajo y oportunidades por todo el mundo.
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