martes, 17 de abril de 2012

Empresarios


En un artículo reciente en el diario ARA, Miquel Puig, economista, venía a decir que la única solución de la crisis está en manos de los empresarios, los actuales y los muchos más que tendrían que aparecer; y que esperar nada del gobierno es en balde. Poco más o menos dice ahora como decía cuando era director de industria y afirmaba que la mejor política industrial era la que no existía.

No son, ni la de entonces ni la de ahora, opiniones aisladas; forman parte de un pensamiento neoliberal según el cual el Estado no hace sino estorbar a la economía, y, por lo tanto, mejor cuanto más pequeño. Como contrapartida emerge la figura del empresario, del individuo creador de puestos de trabajo.
Probablemente, este pensamiento tiene que ver y va de la mano de un cierto credo religioso que afirma que el cielo es siempre una victoria individual, que ningún colectivo no está llamado a entrar. Un pensamiento religioso que suelen practicar permitiendo un cierto Estado asistencial, similarmente a cómo ellos dan limosnas al salir de misa. Pero en ningún caso creen en un Estado gestor de un ecosistema que no da limosnas a los pobres, sino que se compromete a dar trabajo a todo el mundo y a procurar que no haya pobres.
No quitaré yo mérito al empresario, un personaje que tiene un sueño y la voluntad de llevarlo a cabo; cómo no se lo saco al bombero, al médico, al profesor, al científico y al artista; pero en todo caso es evidente que ningún empresario alcanza éxito si no hace colectivo su sueño: con los clientes, los trabajadores, los proveedores y, también, con los socios que en un momento u otro tendrán que invertir en su negocio.
No será como individuo, pues, que logrará el cielo económico el empresario, sino como individuo que se colectiviza; algo que a veces cuesta que pase por estas tierras, donde demasiado empresario acaba poniendo como límite de su empresa sus propios límites, los que dibuja su capacidad para controlarlo todo.
Por el contrario, la globalización supone unos requerimientos casi incompatibles con la pequeña empresa; es decir: pide una mayor colectivización del sueño. Por eso me parece que nos hace falta, más que muchos nuevos empresarios, hacer crecer mucho las empresas que hay; y más que difundir en exceso el mensaje de la emprendeduría, gente capaz de hacer piña alrededor de un proyecto.
La casa, el huerto y el pequeño empresario me temo que son cosas de otra época; no diré que peor, no negaré que quizás la añoro yo también, pero no son cosas de esta en que nos toca, hoy, vivir.
Por otro lado, si la empresa de éxito es la más colectiva, nada impide, sino al contrario, que la más colectiva de todas, esto es el Estado o nación tenga que ser quien más empuje, siendo cómo es quien más recursos tiene para salir del callejón sin salida donde nos encontramos. No tenemos que esperar en balde del Gobierno, de ningún gobierno, bien al contrario tenemos que exigir que hagan su trabajo; y éste incluye hacer posible una economía dinámica y saneada, capaz de generar trabajo y oportunidades por todo el mundo.

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