domingo, 26 de febrero de 2012

Eurovegas


Subiendo las alberas por el lado francés había hace años, o quizás todavía está, un cartel que anunciaba la reserva africana de Sigean justo encima de otro que indicaba los diez kilómetros que faltaban para llegar a España. De un vistazo se leía: España, reserva africana.

En los últimos quince días se ha confirmado: una reforma laboral pensada para favorecer la contratación de mano de obra barata, a base de abaratar previamente el despido de la más “cara”, y el anuncio de un posible macrocasino que necesitará crupiers, camareros y putas, tal como hacían falta en la Cuba precastrista para el solaz de los yanquis.

¿Y qué queréis, con más de cinco millones de parados? ¿Qué queréis cuando nuestros centros de investigación no encuentran ninguna empresa local interesada en sus resultados y los ingenieros tienen que hacer la maleta?
Y encima competimos con Madrid para atraer el complejo de juego! Si tú no lo quieres, o bien eres merengue o periquito; en todo caso, muy poco patriota.
En los terrenos que hoy ofrecemos a los americanos, tiempos atrás se soñó un ciudad de descanso para los trabajadores urbanos; aquello que acabó siendo la Ballena Alegre. Más tarde se ofrecieron para unas olimpiadas de verano con sede en Madrid, en las que aquí se harían los deportes de agua; todavía quedan restos de un canal pensado para las competiciones de esquí náutico, justo a tocar del final de pista del aeropuerto y de unos humedales protegidos.
Más recientemente se soñó con tener en este espacio un parque tecnológico aeroespacial. Yo personalmente participé de ese sueño: todavía me creía que éramos Europa, que la sociedad del conocimiento suponía añadir mucho de éste a una industria competitiva.

También hay por allí un parque agrario congelado en el siglo diecinueve, donde unos cuantos hombres de color doblan la espalda en los pocos campos que los amos miran de cultivar a la espera de una recalificación. Tanto da que sea posible una agricultura del siglo veintiuno como se hace en Holanda alrededor del aeropuerto, de donde vienen y nos venden toneladas y toneladas de tomates: eso supone invertir y tecnología; ah, y unos trabajadores cualificados.
Qué barbaridad, es mucho más fácil y seguro dar una bienvenida tardía a Mr. Marshall.
Franco hacía islas legales para las bases americanas, donde se hablaba en inglés y se pagaba en dólares; y también en un trozo del Cabo de Creus para un “resort” de vacaciones francés donde la Guardia Civil no podía entrar, se consolaba haciendo la ronda alrededor para ver chicas en moniquini; y ya en democracia, cuando los japoneses hablaban de montar una fábrica, Pujol les regalaba el suelo y les hacía un campo de golf bien cerquita.
Nada nuevo bajo nuestro sol.
Unos se gastaron la pasta con el AVE y los otros tiran la toalla: no hay nada a hacer. Cómo me recuerda a menudo el amigo Miranda, en veinte años no se recupera el siglo y las dos revoluciones que nos separan de Europa! Y si hasta hace bien poco creíamos que nos acercábamos, sólo han hecho falta quince días para subir de nuevo los límites del continente africano y colocarlos en los Pirineo, donde se puede leer, por el lado francés: España, reserva africana.

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