Paseando montaña arriba por los Pirineos, y a la vista de unos muros de
piedra seca que rodean campos hoy abandonados, mi mujer me pregunta: ¿y
estos campos abandonados cuando hay tanta gente sin trabajo?
Un regalo de pregunta para un economista!
De hecho, estos campos abandonados evidencian que reforma agraria y
desamortización, cosas tan necesarias en el diecinueve, se volvieron
insuficientes con la revolución industrial: están abandonados
porque el fruto que se obtendría sólo encontraría mercado a un precio que no
pagaría su coste. Tierras marginales, decíamos en la facultad.
Y a medida que la tecnología avanza, lo hacen los límites de la
marginalidad; y a medida que la economía se globaliza, los adelantos de donde
sea extienden los límites de la marginalidad donde la innovación se detiene.
Eso es nuestro paro: el reverso de un sistema económico gravemente afectado
de marginalidad, es decir de actividades tecnológicamente atrasadas que no
recuperarían sus costes por muy bajo que fuera el salario de los trabajadores que
ocupara. Muchas no recuperarían ni el coste de las materias primas!
Hace un par de años, nuestros vecinos de la Cerdaña sacrificaron sus vacas lecheras:
el precio que les daban por la leche no cubría el coste de alimentarlas! De
salarios ni hablemos: hace años que no tienen jornaleros, que se lo hacen todo
ellos para sobrevivir.
Pero eso la reforma laboral aprobada recientemente es pan por hoy y hambre
para mañana, puesto que bajar salarios pone en marcha un círculo vicioso:
alejamos por un rato los límites de la marginalidad, y dejamos de hacer lo que
haría falta para alejarlos definitivamente, esto es innovar y ganar en
productividad. Es como el intento de reducir el déficit a base de reducir
gastos: esto contrae la actividad y los ingresos, lo cual hace crecer de nuevo el
déficit y volvemos a empezar.
Pero convertir el círculo vicioso en virtuoso no está hoy en nuestras manos,
como no es ni de lejos culpa sólo nuestra la actual crisis; no nos engañemos, formando
parte de Europa nada está en nuestras manos sino en las de ésta: una unión que
supuestamente nos incluye. Y si ésta no lo afronta costará de entender por qué formamos
parte, pues para permanecer marginales acaso estaríamos mejor con fronteras,
aranceles y moneda propia: los únicos elementos con que un Estado puede mirar
de resolver, él solo, sus problemas.
Y si ni siquiera una confederación de estados puede
poner al mercado a su servicio, sino que le deja hacer y crecer a la velocidad
con que se acumulan los beneficios —otro círculo vicioso donde quien más gana
invierte los beneficios para ganar todavía más—, éste acabará siendo como un
cáncer que crecerá en paralelo con la tentación, quizás la necesidad, de
extirparlo
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