viernes, 17 de febrero de 2012

la mano negra

Nunca he creído mucho en la mano invisible de Adam Smith, esa autoregulación del mercado que hace que la búsqueda de beneficios individuales nos lleve a un óptimo social; por eso me cuesta creer, también, que una mano negra de unos cuántos conspiradores esté detrás de la situación actual.

La sociología, más que la economía, explica o prueba de explicar por qué las sociedades pueden, de repente, emprender un camino de autodestrucción como parece haber emprendido Europa. Por cierto, una vez más en la historia, con el punto de origen en su centro geográfico.
Con sarcasmo destacaba hace unos días el éxito de las recetas de Merkel; hoy tenemos otra prueba: la misma Alemania, que basa su éxito en las exportaciones, ha cerrado el año con crecimiento negativo. No podía ser diferente, toda vez que ha ahogado a sus principales clientes europeos!
Unos días antes pedía a Merkel que hiciera sus deberes y aumentara su consumo interno: porque es peor para la economía mundial su superávit comercial, esto es el ahorro que no se emplea, que nuestro déficit.
La economía tiene una regla de oro para lograr el equilibrio: todo lo que se produce se tiene que consumir. Desgraciadamente, tanto vale quién lo consuma: si todos los ciudadanos de forma proporcionada, si unos pocos mucho y unos muchos poco, o si entre todos decidimos consumirlo en balas, bombas o fuegos de artificio. Lo que hace falta es consumirlo todo; de lo contrario, aumentan los stocks, disminuye la inversión, crece el paro... y llegamos adonde hemos llegado.

De existir una mano negra se diría que se está riendo de quienes, antes de la crisis, abominando del consumismo, el derroche de recursos naturales y el aumento de la contaminación, predicaban el decrecimiento. Delante de ellos, el amo de la negra mano la alza, lanza unos cuantos millones al paro y les pregunta si aún quieren decrecer.

Las críticas al consumismo se han desvanecido de golpe: ¿quién osaría hacerlo, cuando el sistema sólo tiene trabajo para todo el mundo si hay crecimiento, es decir, más consumo?

Y yo me pregunto, ¿es sostenible un sistema que no puede sino crecer para encontrar el equilibrio? ¿Es el mejor posible, si no es capaz de garantizar a todo el mundo el derecho al trabajo, esto es el derecho a ganarse a la vida o, lo que es el mismo, el derecho a vivir? ¿Es para esto que bajamos del árbol y salimos de la jungla, para crear otra?

Para los acérrimos neoliberales, aún más si son religiosos, no hay ningún problema: han llegado a la conclusión, incluso dicen tener pruebas estadísticas, respecto al hecho de que los más pobres son los de más bajos valores morales; su miseria terrena es un anticipo del fuego eterno, una expiación anticipada que quizás los hará cambiar.

Qué bonito, nadie es culpable: el rico lo es porque es bueno, el pobre por ser malo. Y esos funcionarios vagos, privilegiados por tener un trabajo estable, garrote y que compitan; el ara santísimo de la competencia los despertará

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