martes, 3 de enero de 2012

¡Haga sus deberes, señora Merkel!


El indio americano llegaba a la pradera el día siguiente que lo hiciera el hombre blanco y descubría un cementerio a cielo abierto de muchas más fieras de las que habrían cazado jamás ellos, de muchas más de las que era capaz de comerse el propio hombre blanco. Estremecimiento aparte, el indio no llegaba a entender el porqué de aquella barbarie.

Y aquello, o algo pareciendo, está en el origen del ahorro: cazar o producir más que a un no le hace falta, acaparar, cerrar en un almacén aquello que me sobra...
¿Exagerado? Tal vez, pero en cualquier caso está claro que nadie ahorra sino es para él mismo, para un mañana incierto. ¿Donde se encuentra la virtud en esto?
El miedo a que unos ratones se coman el grano que guardo en el almacén, me decide a llevarlo al banco: si algún otro quiere lo contrario que yo, consumir hoy hipotecando lo que producirá mañana, perfecto; esta es la tarea de los bancos: preservar mis ahorros, hacerlos llegar a quienes hoy puede emplearlos y devolvérmelos mañana con interés.
Si hay alguna virtud en el ahorro, es quien lo emplea quién se la otorga: quien invierte y podrá devolverlo con creces; quien para adquirir lo que le hace falta se endeuda y sabe que en el futuro tendrá que irlo devolviendo. ¿Por qué aparece uno como superiormente moral al otro?
Todavía más: habida cuenta de que el equilibrio económico pide que todo aquello que se ha producido, encuentre quién lo quiera consumir o emplear para invertir, no hay exceso de consumo posible en términos económicos y sí puede haber un exceso de ahorro, esto es no empleado por nadie, con efectos económicos siempre dramáticos: incremento de stocks, decremento de la producción, paro...
Ojo, por tanto, con esta supuesta virtud de ahorrar norteña: si algún otro no usa su ahorro, se esfuma y deprime la economía.
A nivel país, el ahorro equivale a su superávit comercial —para simplificar, más exportaciones que importaciones—, algo que a la fuerza se tiene que compensar con el déficit de otros países. Enorgullecerse de tener el primero y reírse de quienes tienen el segundo no parece, pues, demasiado sensato. Si es cierto que ningún país puede tener un déficit exterior permanentemente, también lo tiene que ser que no se puede tener permanentemente superávit. El orgullo Alemán y Chino por tenerlo es del todo injustificado, todavía más, pernicioso, por cuanto su ansia exportadora, dando todo tipo de facilidades crediticias, acaba dando sus resultados, es decir, forzando a otros a importar y endeudarse. ¿No es curioso que Merkel haya forzado unos límites para los déficit públicos y no para los comerciales?
Hace poco me explicaba el representado español de una empresa armamentística francesa como ofrecían al Ministerio de Defensa Español unos vehículos todoterreno: “Cójanlos ahora mismo —los decían—, ya hablaremos de pagarlos más adelante”. Así mismo venían fragatas y tanques al gobierno griego ahora hace poco más de un año.
Nosotros tendremos que hacer para menguar el déficit comercial que está en el origen de nuestra deuda exterior, pero ellos tendrían que hacer para menguar su superávit, lo cual es mucho más fácil: sólo hay que dejar que aumente su consumo interior, algo necesario en una China con millones de ciudadanos al límite de la pobreza y también en una alemana donde los salarios reales traen casi una década bajando, a pesar del aumento de producto. Mejorarán la vida de sus ciudadanos y la de los nuestros: por cuanto podremos exportar más y por cuanto el aumento salarial en Alemania aligerará la presión a la baja sobre los nuestros.
Basta de ponernos deberes, señora Merkel: haga usted los suyos!

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