El indio americano llegaba a la pradera el día
siguiente que lo hiciera el hombre blanco y descubría un cementerio a cielo
abierto de muchas más fieras de las que habrían cazado jamás ellos, de muchas
más de las que era capaz de comerse el propio hombre blanco. Estremecimiento
aparte, el indio no llegaba a entender el porqué de aquella barbarie.
Y aquello, o algo pareciendo, está en el origen del
ahorro: cazar o producir más que a un no le hace falta, acaparar, cerrar en un
almacén aquello que me sobra...
¿Exagerado? Tal vez, pero en cualquier caso está
claro que nadie ahorra sino es para él mismo, para un mañana incierto. ¿Donde
se encuentra la virtud en esto?
El miedo a que unos ratones se coman el grano que guardo
en el almacén, me decide a llevarlo al banco: si algún otro quiere lo contrario
que yo, consumir hoy hipotecando lo que producirá mañana, perfecto; esta es la
tarea de los bancos: preservar mis ahorros, hacerlos llegar a quienes hoy puede
emplearlos y devolvérmelos mañana con interés.
Si hay alguna virtud en el ahorro, es quien lo
emplea quién se la otorga: quien invierte y podrá devolverlo con creces; quien
para adquirir lo que le hace falta se endeuda y sabe que en el futuro tendrá
que irlo devolviendo. ¿Por qué aparece uno como superiormente moral al otro?
Todavía más: habida cuenta de que el equilibrio
económico pide que todo aquello que se ha producido, encuentre quién lo quiera
consumir o emplear para invertir, no hay exceso de consumo posible en términos
económicos y sí puede haber un exceso de ahorro, esto es no empleado por nadie,
con efectos económicos siempre dramáticos: incremento de stocks, decremento de
la producción, paro...
Ojo, por tanto, con esta supuesta virtud de ahorrar
norteña: si algún otro no usa su ahorro, se esfuma y deprime la economía.
A nivel país, el ahorro equivale a su superávit
comercial —para simplificar, más exportaciones que importaciones—, algo que a
la fuerza se tiene que compensar con el déficit de otros países. Enorgullecerse
de tener el primero y reírse de quienes tienen el segundo no parece, pues,
demasiado sensato. Si es cierto que ningún país puede tener un déficit exterior
permanentemente, también lo tiene que ser que no se puede tener permanentemente
superávit. El orgullo Alemán y Chino por tenerlo es del todo injustificado,
todavía más, pernicioso, por cuanto su ansia exportadora, dando todo tipo de
facilidades crediticias, acaba dando sus resultados, es decir, forzando a otros
a importar y endeudarse. ¿No es curioso que Merkel haya forzado unos límites para
los déficit públicos y no para los comerciales?
Hace poco me explicaba el representado español de
una empresa armamentística francesa como ofrecían al Ministerio de Defensa Español
unos vehículos todoterreno: “Cójanlos ahora mismo —los decían—, ya hablaremos
de pagarlos más adelante”. Así mismo venían fragatas y tanques al gobierno
griego ahora hace poco más de un año.
Nosotros tendremos que hacer para menguar el
déficit comercial que está en el origen de nuestra deuda exterior, pero ellos
tendrían que hacer para menguar su superávit, lo cual es mucho más fácil: sólo
hay que dejar que aumente su consumo interior, algo necesario en una China con
millones de ciudadanos al límite de la pobreza y también en una alemana donde
los salarios reales traen casi una década bajando, a pesar del aumento de
producto. Mejorarán la vida de sus ciudadanos y la de los nuestros: por cuanto
podremos exportar más y por cuanto el aumento salarial en Alemania aligerará la
presión a la baja sobre los nuestros.
Basta de ponernos deberes, señora Merkel: haga
usted los suyos!
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