domingo, 29 de enero de 2012

Democracia y competencia

No nos engañamos: las empresas temen el libre mercado y la competencia tanto como los partidos políticos temen la democracia; las primeras buscan el monopolio como sea, y los segundos aspiran a una mayoría absoluta que no supone el respeto de la minoría, sino la imposición de su voz.
Libre competencia y democracia son, en realidad, conquistas de la ciudadanía que hay que velar y poner en orden: arriba la democracia, y a su servicio, allí donde sirve, el libre mercado. Porque hay cosas que éste hace muy bien: gracias a la competencia, los precios se moderan, los productos se hacen asequibles a más gente y los beneficios empresariales se limitan.

Pero hoy se ha subvertido el orden: el mercado por encima de la política y en manos de corporaciones gigantescas que escapan a la competencia.
 
Lo más sorprendente es cómo se ha llegado: un fallo inmenso del mercado, a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria americana, con los bancos obligando a los Estados a endeudarse para salvarlos, incluso pidiendo un “paréntesis” del mercado, y, una vez rehechos con el dinero público recibido, van y acusan a los Estados por la deuda contraída, los ponen de rodillas y les obligan a un déficit cero: la deuda contraída con ellos la tienen que pagar los ciudadanos de a pie.
 
El príncipe de Maquiavelo aplaudiría una jugada que encima se cierra con el apoyo de los votos a las urnas! Aunque solo sea con una simple mayoría relativa. Por la historia sabemos cómo pueden llegar a ser de devastadoras unas simples mayorías relativas!
 
La de ahora devasta vía control del déficit; porque en un Estado democrático moderno, toda crisis supone un déficit por naturaleza: se activan los subsidios a la vez que cae la recaudación. E impedir esto por ley supone poco menos que dar por liquidado el estado del bienestar. A cambio, un mero administrador de fincas que bajará todos los gastos excepto el de vigilancia, tan necesaria cuando hay gente desagradecida que no tiene bastante con el comedor de Caritas.
 
O quizás ni esto, ni la vigilancia pública; una de privada para quien se la pueda pagar, y el resto ya se las arreglará: favelas y condominios, ¿os suena? A mí me entraron en casa a robar hace un mes; me indigné y me pregunté, todo a la vez, ¿qué haría yo si viera pasar hambre a mis hijos? Todo y que, quizás, no era ése el caso de quien me robaba, quizás este cobra un sueldo equivalente al de 200 mileuristas y su empresa recibe ayudas públicas.
 
En el pacto feudal, el señor cobraba diezmos a los siervos a cambio de protegerlos; ¿Qué pacto es este donde los señores, en lugar de defender a su pueblo, lo abandonan a su suerte, es decir, al dictado de los mercados? Se sientan en Davos y disciplinadamente manifiestan que no relajarán el objetivo de déficit caiga quien caiga, ya sean cinco, seis o siete millones los parados. Con la misma determinación, quien ahora se sienta en Davos no hace mucho que nos colocaba bonos basura prometiendo que eran seguros. Todo un augurio de lo que nos espera!

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