domingo, 11 de marzo de 2012

No importa cuán lejos llegas


Voy a comer con Raül y Josep Maria, dos amigos que quienes miden el éxito por la fortuna y el reconocimiento logrados tildarían de fracasados; yo que los conozco sé que tuvieron el éxito mundano a su alcance y lo rechazaron: uno desde joven, abocándose al movimiento escucha y a una praxis de moral laica; el otro abandonando una brillante carrera iniciada en las finanzas en favor de una sanidad pública donde, más de una vez, se ha creado enemigos demasiado amigos del dinero fácil.

Hemos hablado de la gente de montaña; según Josep Maria, puede ser de dos tipos: los que van a lo suyo y llegan a abandonar la cordada para salvar la piel cuando vienen mal dadas, y los que incluso ayudan a quien no es de su cuerda.
Elena, hija de Josep Maria, era como él: no dejaba a nadie en la estacada. Un fin de año de hace unos años salió con un amigo por el Montseny de Pallars. Fue año de poca nieve, las raquetas a penas se hundían. A media tarde, ella quería volver y él decidió seguir para hacer la cumbre: acordaron un punto de encuentro a una hora fija. Llegada la hora, él no apareció y Elena siguió sus huellas con tanta mala fortuna que cayó por el mismo lugar por donde lo había hecho él poco antes.
El amigo se rompió unas costillas; ella sufrió un golpe mortal en la cabeza.
Josep Maria no se arrepiente de haber educado a su hija bajo unos principios solidarios que, quizás, ella ya llevaba en el adn tal y como se llevó a sus padres en la caída.
—Pasa el tiempo y tú estás fuera; ¿sabes qué quiero decir?—me pregunta Josep Maria. Yo le digo que no sé si lo sé bastante, que ojalá no lo tenga que saber nunca.
Hay quién tiene pósteres de gente famosa en la pared de su habitación; mis héroes son del tipo de Raúl y Josep Maria. Es el tipo de gente que tenía en mente cuando hace unos días escribía tarde de circo: hombres desnudos ante hóplitas decididos a vencer al otro. Porque los conozco a ellos, y a algunos más como ellos, sé que no es cierto que es mejor quién gana; los mejores, de hecho, no suelen competir; los mejores llegan a dejar la vida ayudando a otros.
El padre del protagonista de “las niñas bonitas no pagan dinero” * deja escrito que “en la vida no importa cuán lejos llegas, importa la huella que dejas detrás”. Elena dejó la suya, inmejorable, sobre una nieve que el sol no puede fundir.

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