Veo en televisión una tertulia de economía donde un conocido profesor de IESE,
y por tanto nada sospechoso de comunista, defiende todo lo que hace el gobierno
chino. De entrada me sorprende esa defensa suya del comunismo, o más bien del
capitalismo de Estado comunista; lo pienso un poco y me doy cuenta de que las
corporaciones capitalistas no han tenido nunca ningún conflicto con las
dictaduras de cualquier signo.
¿Por qué habrían de tenerlo? Un Estado que limite la competencia y mantenga
a ralla a los trabajadores es una garantía para maximizar beneficios, un paraíso
para quien sea amigo del Estado. O aún mejor, para quien puede poner a un amigo
al frente de un Estado, como intentan hacer las corporaciones de los USA con sus
generosas donaciones a los candidatos
Detrás de la idea de crear la Unión Europea había la necesidad de un poder
político suficientemente grande para poder hacer frente a empresas gigantes, cuyo
presupuesto podía ser mucho mayor que el de un Estado independiente; pero a
menudo parece que se haya hecho bien al contrario: una unión exclusivamente
económica que facilita el acceso a un mercado inmenso a les corporaciones bastante
grandes para abastecerlo.
Ante las corporaciones y los Estados cogidos de la mano, como no hace tanto
tiempo iban los reyes con su corte de señores feudales, el supuesto libre mercado
se desvanece al mismo ritmo que lo hace la democracia; y uno pasa a desear
vivir en Suiza, con sus referéndums para todo, o en Islandia, con su nueva constitución
redactada per la sociedad civil.
¿Quizás nos hemos equivocado y no teníamos que ser más grandes, sino más pequeños?
Como nos decían en misa años ha, es David quien puede vencer a Goliat
Suele decirse que la democracia es el menos malo de los sistemas de organización
social posibles; algo parecido se podría decir del libre mercado, en cuanto a organización
económica, si convive en democracia y ésta lo garantiza, corrige sus fallos y
lo regula.
Hoy, los dos sistemas se ven similarmente amenazados: los mercados marcan la
política y unas corporaciones empresariales gigantescas imponen sus leyes.
Hablo a menudo con pequeños empresarios, esta figura más propia del siglo
pasado que del actual, este hombre ilusionado con un proyecto, un saber hacer, con
capacidad de liderar un equipo, y los veo más perdidos que a los jóvenes
indignados. Tampoco ellos tienen un lugar en este mundo de las grandes
corporaciones, a pesar de representar el 90% de nuestro tejido empresarial y más
del 80% de nuestros puestos de trabajo.
También nuestras cajas de ahorros representaban una parte importante de nuestros
ahorros y ya veis cuantas quedan. Ojalá me equivoque, pero me temo que pasará
igual con nuestras pymes.
La Europa que soñábamos ocupa un espacio en la historia, no en la geografía;
y como todos los sueños, el precio de alcanzarlo ha sido desvanecerlo. La Europa
de los consumidores ha acabado con la de los ciudadanos; y en eso somos todos algo
cómplices: no éramos conscientes que nos saldría tan caro comprar barato.
Alea jacta est!
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