martes, 13 de diciembre de 2011

La amenaza amarilla


Es aparentemente tan evidente que se entiende que mucha gente crea que la competitividad china, como la de otros países en vías de desarrollo, se deba al bajo coste de su mano de obra; pero que lo crean también algunos economistas supone muchos días sin ir a clases mientras estudiaban o mucha mala fe.

En todo caso, en base a esta falsa creencia se ha acometido en Europa un brutal proceso de contención salarial y, por tanto, un proceso paralelo de crecimiento de las rentas del capital y de concentración de riqueza sin que, como era de esperar, no se haya obtenido ninguna mejora de la competitividad en relación con los países en vías de desarrollo.

Digámoslo una vez más: el coste de un solo factor, ni que sea tan importante como el de la mano de obra, no determina la competitividad de nada; es la combinación de factores necesaria para obtener cada unidad de producto, esto es la productividad, lo que la determina. Allí donde los costes de los factores sean similares, es decir en sistemas bajo una misma moneda, mandará la productividad absoluta: quien produzca más con menos unidades de factores, será más competitivo; y entre entornos con diferente unidad monetaria entrará en juego, en cambio,  la productividad relativa: competirán internacionalmente los productos con mejor productividad “local”, independientemente de cuáles sean los costes de los factores en uno y otro entorno.

Quien lo dude puede estudiar Leontief y Passinetti, leer mi libro “I jo quina culpa en tinc, de tot plegat?”, o bien puede simplemente comprobar que los productos que nos llegan de China son los más tecnológicamente avanzados de aquel país y, en cambio,  del Norte de Europa nos llegan productos de todo tipo, incluidos tomates de Holanda y patatas de Bélgica.

La amenaza china no la constituye el bajo coste de su mano de obra; es un ignorante o un mentiroso quien justifica así una necesaria bajada de salarios en Europa. La amenaza china la constituye, en todo caso, su falta de democracia y de competencia, de donde se deriva una concentración de riqueza estatal y corporativa sin precedentes; una concentración con la que seguramente nuestras corporaciones sueñan y van camino de conseguir.

Los adalides del capitalismo envidiando a sus colegas comunistas, quien lo hubiera dicho! Y que miopía: porque el crecimiento chino descansa en un escaso consumo interior y mucha exportación, y “todas” las economías del mundo  no pueden tener un saldo de exportaciones positivo! Sin esta válvula, la acumulación de riqueza en manos de unos pocos acaba impidiendo que se genere más.

Cuando en la Francia revolucionaria miraban de resolver el hambre generalizado haciendo servir la guillotina para repartir la riqueza de la aristocracia, en Inglaterra Adam Smith propuso una solución alternativa: acabemos con los monopolios y establezcamos la libre competencia, esto permitirá la máxima producción al mínimo precio y contendrá los beneficios corporativos.

Más democracia y más competencia en todo el mundo, eso es lo que hace falta tanto aquí como en la China; menos poder de les corporaciones y más para las persones. Esto,  o volverán a lucir las guillotinas.

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