Llevamos meses mortificándonos con la deuda que hemos contraído. Y es cierto que caímos como estúpidos en la
trampa de endeudarnos sin medida, ¿pero por qué?
El hombre es libre y previsible al tiempo, esto es lo que estudian las ciencias
sociales y lo que permite que la economía tenga sus reglas. Una de las más claras
es la reacción de los consumidores ante los precios, una especie de semáforos
que regulan la actividad económica: un precio bajo es como una luz verde que
anima la circulación y las compras, y un precio alto hace lo contrario.
En el caso del dinero, su precio es el
interés, que viene establecido por la política monetaria. Y mientras aquí crecía
la burbuja y el endeudamiento, el precio del dinero estaba por los suelos, de hecho
te pagaban por endeudarte, puesto que el interés nominal era inferior a la
inflación: si ahorrabas perdías dinero, si te endeudabas ganabas.
No es por tanto extraño el endeudamiento: lo provocaba un precio definido para
el Euro que no se adecuaba en absoluto a nuestra realidad económica, sino a la
del Norte.
Y en paralelo se daban dos fenómenos correlacionados: un crecimiento constante
de les rentas del 5% de la población más
rica, en todo parejo al endeudamiento de les familias trabajadoras –al final,
todo deudor tiene un acreedor; y un déficit comercial con el exterior que se
compensaba con un endeudamiento también exterior. Y esta naturaleza exterior de
nuestra deuda es, de hecho, el mayor problema.
El primer fenómeno tiene que ver con la falsa creencia de que bajando
salarios ganaríamos competitividad; el segundo demuestra lo contrario, una falta
de competitividad que se traducía en un enorme déficit exterior. También aquí el
euro tiene mucho que ver: desde que lo adoptamos hemos perdido un 25% de
competitividad precio debido a nuestro diferencial de inflación con Alemania.
Establecer de forma “ficticia” una moneda única y dejar que el mercado
arregle después el resto de cosas nos ha llevado a la situación actual.
Cuando los precios no funcionan correctamente, hace falta regulación; como
hace falta en el caso del petróleo y otros recursos no reproducibles: su precio
no incluye el coste de producirlos, que sería próximo a infinito, sino solo el
de su extracción i refino; en consecuencia, consumimos en exceso.
Pero no somos capaces de regular en estos casos —y el reciente fracaso de
Durban es una prueba reciente— como no lo hemos estado en el caso del euro; peor
aún, se regulaba desde Alemania y al servicio de esta señora que ahora nos mira
como quien mira a un niño travieso.
También se podía haber regulado desde aquí, me diréis, el banco de España
podía haber limitado el endeudamiento exterior; ¿Y las importaciones de bienes, también se tenían
que haber limitado? Era una alternativa, no lo negaré, se llama estar fuera de Europa.
Toda tormenta perfecta requiere sus condiciones: el euro y la falta de
regulación han estado las condiciones de esta que sufrimos. Perdíamos
competitividad frente al euro y pertenecer al euro nos suponía una financiación
barata e ilimitada que nos permitía crecer y hacía aumentar de nuevo la
inflación.
El auténtico drama, y este sí que lo hemos escrito nosotros solitos, es que
la deuda no haya servido para invertir en capital productivo —tecnología y conocimiento—,
porque de estarlo no habría problema para pagarla.
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