Acotar los déficits públicos, como se acaba de decidir en una buena parte de Europa, es como querer atajar la fiebre en lugar de combatir la enfermedad que la provoca. Si aquí pasamos de superávit a déficit público fue porque se contrajo la actividad económica: muchos menos ingresos y, en paralelo, más gasto público para subvenir el paro.
Esta es la enfermedad: contracción económica y paro. Y antes de eso, un crecimiento
económico con un colosal déficit comercial exterior financiado con créditos obviamente
exteriores. No podíamos vender bastante fuera y nos dedicábamos a hacer casas!
El problema no viene de la explosión de la burbuja: la inflábamos para esconderlo.
Nuestro déficit comercial exterior, indicador evidente de nuestra falta de
competitividad, es el verdadero problema y está en la raíz de la enfermedad; ¿y
cómo no había de faltarnos competitividad, si acumulábamos un atraso económico
de siglos respecto al Norte y, encima, desde la entrada en el euro hemos
acumulado un diferencial de inflación del 25% ?
Acotar los déficits es como impedir que la fiebre suba: la infección que la
provoca sigue dentro y acabará segregando su pestilente pus por otro lugar.
Recuperar competitividad dentro del euro requerirá depresión/deflación, mucho
mayor cuanto más austera sea Alemania, y aumentos significativos de productividad
de aquellas actividades que quieran subsistir; y en paralelo supondrá un aumento
espectacular de la emigración: no ha acabado el año y ya llevamos más de medio
millón de jóvenes titulados que han salido a buscar un futuro fuera de casa y no
volverán; como no volvía al pueblo el joven que se iba a la ciudad a hacer
carrera.
Abandonamos el campo para ir a la ciudad, y les ciudades del Sur para ir a
las más productivas del noreste. La marcha Norte arriba no se ha acabado. Pero
siempre nos quedaran les vacaciones y el sol para hacer el turista aquí abajo.
Veámoslo, sin embargo, de
forma positiva, como me decía ayer un amigo con quine cenaba: ir de Barcelona a
Berlín ha de ser algo tan normal como ir de San Diego a Boston. Si nos creemos
Europa, ir de un lado a otro no supone emigración ninguna; lo que hace falta es
olvidar unas naciones cuyas fronteras ya
no existen
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