Voy a comer con Arcadi
Oliveras, presidente de Justícia i Pau, a quien he llevado mi ensayo para
pedirle que me haga la crítica. Lo he encontrado en su despacho lleno de libres
e informes, en la misma universidad en la que fuimos profesores compañeros hace
más de veinte años. El se ha mantenido firme y fiel a su causa, yo no mucho; o
más bien, yo no tengo una tan clara.
En todo caso, admiro su
firmeza: año tras año manteniendo una objeción fiscal que no hace sino crearle
problemas; sabe que el solo no cambiará nada, pero que si lo mismo que el hace
lo hiciéramos a miles... También año tras año con un coche que debe ser de cuando
éramos compañeros, siendo que con sus conocimientos y prestigio podría nadar en
la abundancia. Y qué, parece decir con esos ojillos siempre chispeantes. Hay
una plenitud que no la llena abundancia material ninguna y de cual Arcadi está
servido.
Hemos hablado de la familia,
de ese maldito cáncer que le ha quitado un hijo que, de tal palo tal astilla, dejó
preparado el proceso de duelo de los suyos haciéndoles distribuir sus cenizas por
los lugares que más amaba: la pica d’estats, el olivo del abuelo, los lagos de
Meranges, el pueblo suizo de su madre...
También hemos hablado de economía:
una ciencia que debería contribuir a
establecer las bases materiales de la utopía y no, como parece que haga, a alejárnosla
cada día un poco más. Seguramente, porque ninguna utopía tiene que ver con la
sobreabundancia, el despilfarro de recursos y la generación de residuos. Los
principios económicos pensados cuando no
había de nada, y era necesario hacer posible una mayor producción de alimentos,
se vuelven inútiles para unes sociedades hartas de todo.
Porque cuando faltaba de
todo, liberar trabajadores de un sector gracias a sus ganancias de productividad,
posibilitaba que hicieran otros trabajos para producir otros bienes también necesarios;
pero hoy, cuando ya no sabemos qué más hacer, cuando hay de todo y demasiado, aquello
que entonces era una liberación de recursos pasa a ser una condena al paro.
No hay otra alternativa
que repartir el trabajo, afirma Arcadi; ¿qué sentido tiene haber aumentado tanto
la productividad y haber disminuido tan poco la jornada laboral? ¿Cuál, que haya
unos más que satisfechos, los que tienen trabajo, y una montón condenados a la
pobreza?
Tiene razón, siempre la ha
tenido. Y a pesar de todo me temo que hoy, más que nunca, lo que es más razonable
es también lo más improbable: porque el endeudamiento actual de las familias no
permite pensar en una reparto de trabajo y salario; porque la deuda pública necesita
crecimiento para satisfacerla; porque no podemos continuar viviendo con déficit
comercial exterior y eso exige substituir o compensar con exportaciones lo que
importamos, es decir, exige más gente trabajando...
Como digo en un post
anterior —por cierto, de los más leídos—, el paro es una oportunidad: aprovechémosla!
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