Alfons Barceló, el
profesor de quien he aprendido todo lo que sé de economía, y que ha sido solo
una pequeña parte de lo que él enseña, me invita a ir a escuchar a Naredo, el economista
que más sabe de economía entendida como el intercambio que mantenemos con la tierra
para sobrevivir y enriquecernos.
En definitiva, todo lo
material de lo que gozamos proviene de la tierra; y puesto que ésta es finita y
finitos son el petróleo, el gas y todos los minerales, allí donde decimos crecimiento
deberíamos decir aprovechamiento, y en general despilfarro, y allí donde decimos riqueza deberíamos decir
apropiación.
Naredo habla en un subterráneo
de CCOO para unas cincuenta personas. Ningún otro espacio de la ciudad le recibe,
ninguna persona más quiere oír evidencias tan molestas: que el sueño del crecimiento
de la riqueza, nacido con la revolución industrial, no es más que eso, un sueño;
que al PIB sumamos y llamamos renta generada los minerales que extraemos, los
litros de petróleo que llevaban una eternidad bajo tierra y ahora quemamos en cuestión
de días; que la llamada productividad no es sino la medida de la capacidad
destructiva por unidad de tiempo: mayor transformación de inputs para un más rápido
consumo de recursos...
Naredo desgrana cifras: las
ciento cincuenta mil toneladas de productos importados llegados a nuestros puertos,
las toneladas de cemento por hectárea durante la burbuja inmobiliaria, los millones
de máquinas perforando pozos de petróleo y minas de minerales de buena ley.... Toda
la economía un juego de suma cero —o tuyo o mío—, un tablero de ajedrez donde los
países disponen sus peones bien cerca de los recursos —las bases americanas a
tocar de los pozos de petróleo—; y un juego de suma cero inter-temporal donde
el petróleo, el gas, los minerales consumidos hoy no podrán ser consumidos mañana.
No siendo posible el crecimiento,
la riqueza de unos supone indefectiblemente la pobreza de otros, coetáneos o aún
por nacer.
Una pregunta impregna la
sala:¿este minucioso proceso destructivo, este agujerear la tierra y descomponer
piedra a piedra les minas, y extraer litro a litro los residuos fosilizados, no
será un proceso biológico, un proceso de entropía universal para devolver la tierra a su magma inicial?
Y para llegar cuanto
antes mejor, premiamos al destructor más laborioso: más rico quien más litros saca
de petróleo, quien más toneladas de oro, carbón, hierro...; quien más rápido puede
convertirlo en productos de consumo.
Salgo de la sala cabizbajo,
con la imagen de la humanidad en todo similar a una gran colonia de insectos
que no saben que su misión es descomponer y triturar todo aquello que el tiempo
había depositado y solidificado; y a pesar de todo, hoy y mañana seguiré predicando
que, si queremos ser competitivos y encontrar trabajo para nuestros parados, nos
hace falta aumentar la productividad, es decir, nuestro potencial de
destructividad.
Sin un acuerdo mundial para
poner fin a la destrucción de recursos y la contaminación, será imposible que nadie lo
haga: ¿podría la vieja Europa ser la pionera?
Estoy de acuerdo en que la labor se han convertido en algo destructivo, como estoy seguro que todo eso estaba ahí para que nosotros lo usemos, solo que de otra manera, es decir, quizás tendría que haber sido solo un paso para llegar a otras tecnologías y fuentes de energía, a las que si duda se ha llegado, solo que nos les cuadra en su maquinaria capitalista. Quizás toda esta barbarie solo sea una mutación errónea del proceso de avances en nuestro mundo.
ResponderEliminarEnhorabuena por este blog. Y yo me pregunto, una vez que le he leído....¿qué dice este?....pues lo que tiene que decir (también me contesto, la mala educación es lo que tiene...)
ResponderEliminarSaludos.
María.